Comentario
Cómo ciertos soldados de la parcialidad del Diego Velázquez, viendo que de hecho queríamos poblar y comenzamos a pacificar pueblos, dijeron que no querían ir a ninguna entrada, sino volverse a la isla de Cuba
Ya me habrán oído decir en el capítulo antes deste que Cortés había de ir a un pueblo que se dice Cingapacinga, y había de llevar consigo cuatrocientos soldados y catorce de a caballo y ballesteros y escopeteros, y tenían puestos en la memoria para ir con nosotros a ciertos soldados de la parcialidad del Diego Velázquez; e yendo los cuadrilleros a apercibirlos que saliesen luego con sus armas y caballos los que los tenían, respondieron soberbiamente que no querían ir a ninguna entrada, sino volverse a sus estancias y haciendas que dejaron en Cuba; que bastaba lo que habían perdido por sacarlos Cortés de sus casas, que les había prometido en el arenal que cualquiera persona que se quisiese ir que les daría licencia, navío y matalotaje; y a esta causa estaban siete soldados apercibidos para se volver a Cuba. Y como Cortés lo supo, los envió a llamar, y preguntando por qué hacían aquella cosa tan fea, respondieron algo alterados, y dijeron que se maravillaban querer poblar adonde había tanta fama de millares de indios y grandes poblaciones, con tan pocos soldados como éramos, y que ellos estaban dolientes y hartos de andar de una parte a otra, y que se querían ir a Cuba a sus casas y haciendas; que les diese luego licencia, como se lo había prometido; y Cortés les respondió mansamente que era verdad que se la prometió, mas que no harían lo que debían en dejar la bandera de su capitán desamparada; y luego les mandó que sin detenimiento ninguno se fuesen a embarcar, y les señaló navío, y les mandó dar cazabe y una botija de aceite y otras de legumbres de bastimentos de lo que teníamos. Y uno de aquellos soldados, que se decía hulano Morón, vecino de la villa que se decía del Bayamo, tenía un buen caballo overo, labrado de las manos, y le vendió luego bien vendido a un Juan Ruano a trueco de otras haciendas que el Juan Ruano dejaba en Cuba; e ya que se querían hacer a la vela, fuimos todos los compañeros e alcaldes y regidores de nuestra Villa-Rica a requerir a Cortés que por vía ninguna no diese licencia a persona ninguna para salir de la tierra, porque así conviene al servicio de Dios nuestro señor y de su majestad; y que la persona que tal licencia pidiese le tuviese por hombre que merecía pena de muerte, conforme a las leyes de lo militar: pues quieren dejar a su capitán y bandera desamparada en la guerra e peligro, en especial habiendo tanta multitud de pueblos de indios guerreros como ellos han dicho. Y Cortés hizo como que les quería dar la licencia, mas a la postre se la revocó, y se quedaron burlados y aun avergonzados, y el Morón su caballo vendido, y el Juan Ruano, que lo hubo, no se lo quiso volver, y todo fue mañeado por Cortés; y fuimos nuestra entrada a Cingapacinga